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La
melancolía mató al crítico
Fredy
Massad
Se ha tornado una letanía
recurrente entre cierta intelectualidad el intentar acotar el campo de acción
minusvalorando, cuando no directamente negando, los efectos de los cambios
culturales. Una actitud que surge del temor, del desconcierto, de un miedo a
perder la hegemonía, de la sensación de tambalearse sobre esa tarima desde la
que profesan irrefutables verdades y que les separa de lo sucio, lo común y lo
mundano. Seguramente es un temor infundado si se piensa con sensatez; empero,
ese temor sí es realmente fundado cuando lo que se está intentando a toda costa
es salvaguardar un estatus quo y generar la sensación de que tras ellos, se
abre el abismo.
Valga esta introducción para
abrir una reflexión a propósito del artículo “La extraña muerte de la crítica de arquitectura” de Josep Maria Montaner publicado en la edición de Cataluña
de El País del pasado 15 de abril. En él, como su título anticipa, éste afirma
que la crítica ha muerto irremediablemente.
Una primera lectura de este
artículo podría sugerir que se trata de una verdad a medias, que en sí misma
solamente representaría una opinión particular. No obstante, es una postura que
empieza a distinguir muy marcadamente un discurso muy intencionado sobre la
cultura y la arquitectura en particular que un sector, de una manera en
absoluto inocente, está intentando generalizar e imbuir de hegemonía. (Véase también el reciente discurso de Mario Vargas Llosa al
respecto) Un discurso que, a fuerza de
ser repetido, como se si tratara de lograr que la idea acabe solidificando en
el inconsciente colectivo, está convirtiéndose en una peligrosa y torticera
falsedad.
Lo que, con toda seguridad, ha
muerto es el concepto de la crítica según la plantea Montaner en su artículo.
Un conocimiento académico y academicista en manos de unos pocos escogidos, que
contaba con una gran dificultad para el derecho a réplica y ha hecho que estos,
sin que nadie se lo pida, se hayan autoexcluido del juego. En su artículo,
Montaner proclama la defunción de una crítica capaz de intervenir en la construcción
social y cultural mediante una sacralización de la crítica del pasado y el
desprecio de las posibilidades de la sociedad presente para generar una crítica
acorde a su tiempo, sin querer entender que el modelo ha cambiado y la sociedad
se ha tornado más dispersa y plural.
Por supuesto, nadie cuestiona
ni infravalora en absoluto las aportaciones de la crítica de los años 70 y 80,
sino que se afirma absolutamente el hecho de que es indispensable un
conocimiento bien articulado del pensamiento de sus principales figuras. No
obstante, es precisa la objetividad que permita reconocer que su relectura, a
la luz actual, nos deja – lógicamente- muchos puntos abiertos y cuestionables.
Una imperfección, exactamente la misma que puede tener la crítica presente, que
no hace sino confirmar la necesidad de que el pensamiento se mantenga activo,
fluido y en constante revisión y evolución para poder dotarse de pleno sentido.
Es indiscutiblemente cierto que
esta especie de democratización e instantaneidad de los canales de comunicación
e información que distingue al mundo contemporáneo ha dado lugar a mucho ruido
banal, ha dado pie a la difusión de discursos basura, a opinar aun cuando no
haya opinión consistente a sostener. Ha dado pie a la conversión de la arquitectura
en variantes del cotilleo, a la conversión del discurso de la arquitectura en
mera complacencia hedonística, al culto de la imagen y a la proliferación de la
versión digital del charlatán (que siempre existió) para el cual la red ha
amplificado su territorio de protagonismo. Pero también, la era de la
información ha creado un campo propicio para la discusión abierta, interactiva
y colaborativa y, sobre todo, la conformación de un nuevo estado y actitudes de
pensamiento que en su vertiente positiva genera ese estado donde entra en
crisis ese modelo único y anclado en el conocimiento académico y desde donde se
proponen los fundamentos para una reflexión contemporánea.
Es indiscutible que hemos
vivido y seguimos dentro una sociedad volcada al neoliberalismo y que, en medio
de esto, el papel de alguna parte de críticos u opinadores ha devenido en el de
agentes de marketing de arquitectos. Pero qué papel jugaron esos críticos
dentro de ese contexto más allá del silencio o de rasgarse pasivamente las vestiduras:
¿No tiene parte de responsabilidad en este devenir la falta de acción de los
críticos de esa supuesta generación gloriosa sobre ese contexto? ¿Cómo no
alertó antes la crítica sobre esa dispersión de la crítica? ¿Cómo no se
propusieron alternativas creíbles a aquel creciente culto a la persona y el
objeto? ¿Por qué no alertó con claridad sobre los riesgos de la deriva
neoliberal y la globalización que se produjo en el último cuarto de siglo
proponiendo otros modelos? ¿No habrá sido, o es, esa excesiva complacencia en
su mitificación y autoridad la que le ha impedido y le está impidiendo ver su
propia deriva? Preguntas cuya respuesta implicaría la necesidad de una
auto-crítica.
Por supuesto debe haber y debe
alentarse una crítica intelectual consistente que ahonde en la diversidad de
aspectos teóricos relativos a la arquitectura que contribuyan a la construcción
de discursos y reflexiones profundas que reviertan en la calidad de una
práctica arquitectónica que debe estar al servicio del individuo y la sociedad
y constituir asimismo una expresión de su tiempo, en el presente y hacia el
futuro. Pero es también preciso comprender que la crítica, hoy en día, debe
posicionarse desde actitudes que se sitúen justo en conexión directa con la
realidad y sus circunstancias; una crítica de acción, seguramente más próxima a
una actitud política. Dicho de otra forma, quizás es una crítica o actitudes de
reivindicación que se ensucien en el terreno, que comprendan el ejercicio de la
intelectualidad desde otras vertientes. Y es negar la realidad constatar que
éstas están germinando. Las herramientas están ahí: la tecnología contemporánea
abre el panorama antes que hacerlo agonizar.
Cabe suponer que cuando
Montaner y con él tantos otros hablan del papel representativo de los
intelectuales progresistas y los pocos canales de expresión con los que
cuentan, no se percatan de que lo que él percibe como ‘progresismo’ ha derivado
en muchos casos en una postura netamente conservadora que parece obstinarse en
mantener protagonismo y autoridad en el tiempo, seguir creyendo que les
pertenece, cuando están tropezando con la imposibilidad de adaptarse a un
tiempo presente que no les permite controlar y pontificar. Un tiempo mucho más
elástico, complejo y ambiguo, en el que su papel protagónico e indispensable
como canon se diluye.
Invadidos por la nostalgia de
un tiempo idealizado que ellos mismos se empeñan en magnificar en su
imaginación al hablar de rigor, honestidad y espíritu crítico –conceptos que no
son emblema de ningún período sino que pertenecen a los individuos.
La crítica no está
muriendo ni desapareciendo, se está reconfigurando en dirección hacia otros
necesarios paradigmas. Sí están agonizando las figuras que se creyeron dueñas
de la verdad –y con ello de la autoridad- incontestable y con ese tipo de
afirmaciones hoy purgan su deriva melancólica intentando negar, frente a
quienes sí están dispuestos hacia una comprensión y análisis de lo que está
ocurriendo desde el intento de entender el tiempo en qué vivimos, lo que se
están negando a sí mismos.
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Fredy Massad, arquitecto, fundou ¿btbW/Architecture em 1996 com a historiadora de arte Alicia
Guerrero Yeste, dedicando-se os dois à análise da arquitectura contemporânea.
Escreve regularmente nos jornais espanhóis ABC e La Vanguardia, mas também em
revistas internacionais como Conditions, Oris, Summa+, AU, Vitruvius, arq.a).
Foi coordeanador da seção de arquitectura da revista EXIT-Express. www.btbwarchitecture.com
Imagem: Frontispício
de A Anatomia da Melancolia, Livro de Robert Burton, 1621
Este artigo foi publicado no âmbito do tema
Punkto #03 “Nostalgia”.